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martes, 18 de septiembre de 2012

El estigma de la locura

Por Enrique Serna
 
LOS trastomos nerviosos no sólo dañan la salud, sino la reputación de quien los padece, aunque muchas veces tengan causas ajenas a la voluntad del enfermo y no sean consecuencia de una vida licenciosa o desordenada. Nadie es responsable por las alteraciones de su química cerebral, pero en muchos círculos sociales está mal visto confesar, por ejemplo, que uno toma an- tídepresivos. La gente con mentalidad cuadrada cree que una persona sometida a ese de tipo tratamientos ya no está en sus cabales, y se encuentra por lo tanto, a un paso del manicomio. Por eso los neuróticos asumidos prefieren guardar en secreto sus visitas al psiquiatra, o al psicoanalista, y si tienen la osadía de comentarlas, sus penosas explicaciones jamás convencen del todo a los adustos comisarios de la normalidad.
 
En las antesalas de los consultorios psiquiátricos percibo con frecuencia un ambiente de tensión y recelo, como si algunos pacientes temieran quedar expuestos a la vergüenza pública por la delación de algún indiscreto. Con las caras hundidas en periódicos y revistas, apenas alzan la cabeza para saludar lacónicamente a los recién llegados. Poco les falta para llegar al consultorio con un pasamontañas o una máscara de Blue Demon. Si depusieran su actitud reservada y hostil, podrian aprovechar esos tiempos muertos para confraternizar con otros inadaptados, y esa tertulia quizá los alivianaría más que la propia catarsis en el diván. En realidad, la decisión de tomar una terapia ya denota por parte del neurótico un sano deseo de conserva o recuperar la salud mental que no debería avergonzar a nadie. Los problemas psíquicos más graves anidan en cerebros incapaces de la menor autocrítica. El Mochaorejas, La Mataviejitas o El caníbal de la Guerrero  nunca fueron al psiquiatra: estaban convencidos de tener una perfecta saludad mental mientras destazaban, estrangulaban o freían en aceite a sus víctimas.

Por desgracia, el estigma de la locura tiene un gran poder intimidatorio, y por falta de valor civil para desafiarlo, muchos enfermos con un leve desequilibrio mental se niegan a buscar ayuda profesional. A esto hay que añadir un prejuicio de índole naturista contra los medicamentos que actúan sobre el sistema nervioso. No sólo los dianéticos han satanizado los antídepresivos: también hay bohemios que se oponen a tomarlos por miedo a falsificar sus emociones. Tuve un amigo que después de haber perdido a varios seres queridos se dio a la bebida durante 10 años hasta enfermar de cirtosis. Yo estaba seguro de que padecía una depresión muy fuerte, pero nunca pude convencerlo de acudir a un psiquiatra. La sola mención de los antidepresivos le provocaba una fuerte repulsa: él queria sufrir a cápela, como los mártires de la candón ranchera, y por ningún motivo aceptaba el autoengaño de amortiguarlas con un fármaco. A su juicio, el whsiky era una evasión "natural", pero se negaba a caer a recurrir a medios artificiales para levantarse el ánimo. ¿Y el whisky no es una sustancia química? le respondía yo. ¿No crees que también haya modificado tu carácter artificialmente  ¿Qué tiene de recurrir a otra droga si con ella vas a vivir mejor en vez de matarte bebiendo?  Jamás me hizo caso y ahora está en la tumba.
 
Salvo los monjes budistas y los mormones quizá ningún adulto contemporáneo conozca las emociones en estado puro: casi todos recurrimos en mayor o menor  grado a sustancias creadas en el laboratorio, o en la destilería, que nos modifican la percepción de la realidad. Algunas son legales, otias circulan dandestinamente, pero todas nos alteran los nervios. Ya sean fanáticos de la salud o suiddas potendales como mi amigo, los natunstas creen que la voluntad creadora del mundo condena el dopaje. Para trasladar la discusión a un plano filosófico valdría la pena preguntarles: si el ser supremo o la madre natura son tan purítanos en materia de química cerebral, ¿por qué han permitido el desarrollo de la farmacopea  ¿Nos quieren poner una pmeba o han permitido el descubrimiento de nuevas drogas para darle tablas de salvación al hombre contemporáneo  Si en el futuro llegáramos a programar nuestro estado de ánimo por medios artificiales, como los personajes del visionario Philip K. Dick, el "yo" podría convertirse en una materia tan dúctil como la plastilina. El temor a dejar de ser uno mismo disuade a mucha gente de segufr ese peligroso camino. Pero la fidelidad a los propios demonios puede condenamos a un penoso dermmbe que finalmente, anula para siempre la personalidad que nos afanábamos en salvar.

El Universal-Domingo-16 de Septiembre 2012