Más allá de las ideologías partidarias, la victoria del PRI en las pasadas elecciones fue la victoria de los subditos sobre los ciudadanos, la constatación de que vivimos en un país donde la cultura de la corrupción aplasta cualquier brote de conciencia cívica. Por eso ha cundido el desaliento en el núcleo más activo y politizado de la sociedad, que una vez más falla en su intento de enderezar el rumbo del país. Pese a las reiteradas promesas de Peña Nieto de no restaurar el antiguo régimen, muchos tememos que el PRI vuelva a eternizarse en el poder. Si el nuevo presidente, como tantos otros políticos del grupo Atlacomulco, utiliza el poder para enriquecer a una camarilla de políticos-empresarios, las consecuencias de esta involución política podrian ser devastadoras. La reforma laboral recién aprobada, en la que los vetustos capos del sindicalismo charro eliminaron las cláusulas contrarias a sus intereses (obligación de transparentar las finanzas internas de los sindicatos, elección de mesas directivas por voto universal y secreto), pero aprobaron, en cambio, todas las reformas lesivas para el trabajador, es apenas un barrunnto de las enormes latrocinios que nos esperan. Nadie podrá impedirles manejar las cuotas sindicales a su antojo, pues ahora el corporativismo tiene como aliados a los diputados del PAN, el partido que prometió erradicarlo.
Frente a este panorama negro, las fuerzas políticas que deberían articular la resistencia civil han reanudado sus eternos pleitos de família. Las huestes de López Obrador se dejan llevar dócilmente al redil donde su caudillo quiere meterlos: un partido formado exclusivamente por radicales puros, en el que sin embargo serán militantes distinguidos Manuel Bartlett, René Bejarano y su esposa Dolores Padierna. Si el PRD ha quedado en manos de líderes deshonestos y su proclividad a pactar con la derecha es el pretexto de AMLO para fundar un nuevo partido, ¿por qué es tan indulgente con las ovejas negras de Morena? Pese a todos sus defectos, Jesús Zambrano y Jesús Ortega, los satanizados Chuchos, no aceptan sobornos de empresarios ni han orquestado fraudes electorales contra la izquierda. Es obvio que este enroque táctico no obedece a razones de ética política, sino a la conveniencia personal del Peje, cuyo proyecto megalómano ha quedado en evidenda. Marcelo Ebrard o Miguel Ángel Mancera espantan menos al votante de clase media y quizá tendrían más posibilidades de vencer al PRI en el 2018. Pero entonces el caudillo se quedaría fuera de la jugada y a pesar de haber proclamado en cientos de mítines su noble desinterés, su acrisolada virtud ajena a cualquier ambición mezquina, renunciar al poder en aras del interés colectivo no entra en sus planes. Paradoja viviente, López Obrador es un redentor egoísta y además, un demagogo disléxico. Doble oxímoron en una sola personalidad. Una de las consecuencias más nefastas de concentrar todas las energías de la izquierda en la denuncia de fraudes electorales que nadie puede probar (pero confieren al Peje una aureola de víctima y lo vacunan contra el desprestigio de los candidatos derrotados) es el aplazamiento indefinido de la autocrítica.
Frente a este panorama negro, las fuerzas políticas que deberían articular la resistencia civil han reanudado sus eternos pleitos de família. Las huestes de López Obrador se dejan llevar dócilmente al redil donde su caudillo quiere meterlos: un partido formado exclusivamente por radicales puros, en el que sin embargo serán militantes distinguidos Manuel Bartlett, René Bejarano y su esposa Dolores Padierna. Si el PRD ha quedado en manos de líderes deshonestos y su proclividad a pactar con la derecha es el pretexto de AMLO para fundar un nuevo partido, ¿por qué es tan indulgente con las ovejas negras de Morena? Pese a todos sus defectos, Jesús Zambrano y Jesús Ortega, los satanizados Chuchos, no aceptan sobornos de empresarios ni han orquestado fraudes electorales contra la izquierda. Es obvio que este enroque táctico no obedece a razones de ética política, sino a la conveniencia personal del Peje, cuyo proyecto megalómano ha quedado en evidenda. Marcelo Ebrard o Miguel Ángel Mancera espantan menos al votante de clase media y quizá tendrían más posibilidades de vencer al PRI en el 2018. Pero entonces el caudillo se quedaría fuera de la jugada y a pesar de haber proclamado en cientos de mítines su noble desinterés, su acrisolada virtud ajena a cualquier ambición mezquina, renunciar al poder en aras del interés colectivo no entra en sus planes. Paradoja viviente, López Obrador es un redentor egoísta y además, un demagogo disléxico. Doble oxímoron en una sola personalidad. Una de las consecuencias más nefastas de concentrar todas las energías de la izquierda en la denuncia de fraudes electorales que nadie puede probar (pero confieren al Peje una aureola de víctima y lo vacunan contra el desprestigio de los candidatos derrotados) es el aplazamiento indefinido de la autocrítica.
Las infanterías del movimiento 132 deberían preguntarse por qué la izquierda es tan débil, o casi inexistente, en el norte del país, por qué gobernó tan mal en Michoacán, en Zacatecas y en Baja California Sur, donde perdió el poder por las buenas, o por qué no ha podido erradicar la corrupción en las delegaciones políticas del DF. El ejercido de autocrítica debería extenderse también a los órganos de difusión de la izquierda social, que han fallado en sus tareas de persuasión y proselitismo. Salvo el noticiero radiofónico de Carmen Arístegui, que tiene un público amplio y plural, la mayoría de los medios informativos de izquierda predican para los convencidos. Esta endogamia podría ser superada si los articulistas y líderes de opinión que se precian de luchar por el pueblo abandonaran de una vez por todas el enfoque marxista-leninista de los conflictos sociales, como si el derrumbe del bloque socialista jamás hubiera ocurrido.
Es increíble que a estas alturas le sigan encendiendo veladoras a Fidel Castro. Su terca defensa de un proyecto económico desastroso no es una táctica de agitación muy hábil para atraer a las masas en los estados fronterizos, donde la prosperídad es inconcebible sin el libre mercado. Pero los teólogos de la liberadón o los tozudos ideólogos del marxismo dogmático parecen estar más interesados en crear guetos impenetrables, y cotos de poder a prueba de intrusos, que en proponer un nuevo orden económico igualitario a quienes no piensan como ellos
Es increíble que a estas alturas le sigan encendiendo veladoras a Fidel Castro. Su terca defensa de un proyecto económico desastroso no es una táctica de agitación muy hábil para atraer a las masas en los estados fronterizos, donde la prosperídad es inconcebible sin el libre mercado. Pero los teólogos de la liberadón o los tozudos ideólogos del marxismo dogmático parecen estar más interesados en crear guetos impenetrables, y cotos de poder a prueba de intrusos, que en proponer un nuevo orden económico igualitario a quienes no piensan como ellos