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domingo, 2 de septiembre de 2012

El Bisturí / Herramientas humanas

Los nuevos evangelios de la productividad estipulan que el máximo grado de eficiencia laboral sólo se puede alcanzar cuando el empleado sigue al pie de la letra un rígido patrón de conducta y renuncia a cualquier iniciativa propia. Virtudes como la capacidad de improvisación, bastante apreciadas en otras épocas, se cotizan a la baja en el mundo empresarial de hoy, porque la meta de cualquier gerente versado en la ciencia de la "calidad total" es prever y controlar al máximo las palabras, acciones y pensamientos de la gente a su cargo, para que nadie ose improvisar nada. En el fondo, lo que buscan estas políticas es transformar a los empleados en herramientas, es decir, implementar en los centros de trabajo la disciplina castrense. Un soldado raso debe ejecutar todos los movimientos que le ordena el cabo de guardia: media vuelta, paso redoblado, de frente marchen, aunque le ordenen tirarse a una fosa séptica. De igual modo, un operador de Telmex sólo puede pronunciar las frases acartonadas y redundantes que le han obligado a utilizar en su trato con el público. No hay mucha diferencia entre la cantinela del operario y el lenguaje de las grabaciones que uno escucha antes de ser atendido. Por supuesto, el robot nos trata con una cortesía rayana en el servilismo, pero con tanta rigidez que uno extraña el calor humano de los empleados informales y negligentes. La cortesía puede ser más pesada que la insolencia cuando el representante de una empresa no se permite siquiera un pequeño gesto de espontaneidad.

Pero lo que para el cliente es una molestia pasajera, para el empleado es una cadena perpetua. Si los actores de teatro llegan a cansarse de repetir los mismos diálogos en cientos de representaciones, imaginemos lo que significa para un operario de Telmex tener que recitar un guión invariable ocho horas diarias durante diez o quince años, porque los directivos de la compañía ni siquiera le permiten decir lo mismo con sus propias palabras. ¿De veras es necesaria esta tormra mental? ¿Si la empresa permite que un operador salude como quiera al cliente, dañada en algo su imagen corporativa Las dictaduras burocráticas del bloque socialista exasperaban al ciudadano porque el Estado intervenía y regulaba hasta la asfixia todos los aspectos de la vida social. ¿No estará naciendo un capitalismo totalitario que reprime a cualquier esclavo cuando no se comporta como una máquina?

En el excelente documental en el hoyo, Juan Carlos Rulfo nos mostró un ambiente de trabajo mucho más humano y relajado: el de los albamles que constiiiían el segundo piso del periférico mientras echaban albures, oían el radio, discutian de fútbol y hasta se permitían algunos pases de baile para aligerar la faena. Ningún superior les imponía seriedad porque los ingenieros y los maestros de obra saben que esas distracciones son necesarias para soportar largas jornadas de esfuerzo físico. Un albañil puede poner ladrillos mientras silba canciones o lanza piropos alas paseantes, sin que eso signifique estar holgazaneando. El talento humano se atrofia cuando no puede introducir un elemento de juego en el ámbito del deber. Nadie puede ser tratado como máquina sin desarrollar un sordo rencor contra la gente que lo ha deshumanizado, y ese rencor, tarde o temprano, se ha deshumanizado y ese rencor se traduce tarde o temprano en una merma en la productividad productividad.

Pero los gurús empresariales no parecen haber comprendido esto y cada vez restringen más el albedrío de sus soldados. Una amiga que trabaja en una empresa encargada de evaluar profesores me contó que el reglamento de trabajo no le permite hacer amigos en la compañía ni tutear a sus jefes. Ella tiene 27 años y su jefe directo 28, pero se tratan de usted, aunque se sientan incómodos, porque de lo contrario ambos podrían ser despedidos.

Por todos lados hay orejas dispuestos a denunciarlos si infringen la prohibición. Esta medida disciplinaria, digna de la Gestapo, contraviene una regla de urbanidad que nos inculcaron desde niños: tratar de usted a los adultos mayores y tutear a la gente de nuestra edad. Es ridículo que dos jóvenes no puedan tutearse en la oficina por la disciplina militarizada que les ha impuesto una autoridad obtusa. La distancia artificial creada entre ellos es una intromisión de la empresa en asuntos que no le incumben. Los grandes empresarios creen que por ese camino van a implantar en México un sentido del deber y un culto a la eficiencia como las que imperan en los países asiáticos, pero quizá estén atizando una hoguera de resentimiento que tarde o temprano se puede revertir en su contra.


Texto escrito por Enrique Serna
El Universal-Revista: Domingo
2 de Septiembre del 2012